mi fragilidad enredada en tu fuerza.
Esa fragilidad mía que impide
saberme mejor que los demás
creerme autora
de los milagros esos que suceden a menudo
en la vida diaria,
que mi orgullo crezca y se infle
cuando ante el mal del descaro del mundo
sale a relucir mi sepulcro blanqueado.
Me llevo
esa fuerza tuya
que tiene el sabor amargo de la cruz
pero inexplicablemente suave y dulce
a quien se abraza;
que da el fruto de la VIDA
y la ESPERANZA.
Me llevo
tu mano en mi hombro
como lo único necesario
el único alimento;
tu lágrima sobre el mundo
como mi único rocío;
tu sonrisa sobre la creación
como único sentido.
Me llevo
la verdad de este encuentro
en el que una vez más
intentas enamorarme.
Caracas, 1995
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